Tras dos años de COVID, ¿se nos está acabando la empatía?

En febrero de 2020, nuestras vidas estaban al borde de un inmenso cambio. Los susurros de un extraño y novedoso virus circularon, y esos susurros se convirtieron rápidamente en gritos en marzo de 2020, cuando entramos en un bloqueo global. Dos años después, muchas de nuestras vidas son irreconocibles. Los padres están experimentando angustia psicológica debido a la incertidumbre financiera, el cierre de escuelas y el aprendizaje a distancia.

¿Qué nos han costado los dos últimos años?

Hasta la fecha, el COVID-19 se ha cobrado 5,5 millones de vidas, lo que ha supuesto un dolor colectivo para cada uno de nosotros.

La inseguridad nutricional ha aumentado inevitablemente debido a la caída financiera generalizada y a la dificultad para acceder a provisiones asequibles. Muchos están dejando sus trabajos debido a las expectativas del empleador, la disminución de los límites y el aumento del estrés.

También estamos desarrollando un reducido margen de tolerancia a la realidad, como demuestra un reciente estudio que relaciona la afluencia de noticias negativas durante la pandemia con la desvinculación de las personas de los medios de comunicación relacionados con la salud.

Da la sensación de que el dolor está presente miremos donde miremos, y nuestra empatía se está agotando rápidamente. En pocas palabras: duele que nos importe. Por desgracia, nadie es inmune a la disminución de la empatía.

La disminución de la empatía se presenta como una incapacidad para presenciar y ayudar al sufrimiento de otros porque estamos abrumados por nuestras circunstancias actuales.

“Las presiones y la incertidumbre del mundo afectaron a mi capacidad para mostrarme a otras personas. Me limité a seguir el ritmo de mi vida diaria y no procesé el impacto de lo que estaba sucediendo”, recuerda la trabajadora social de Long Beach, Shardasia LeDay, al reflexionar sobre sus experiencias de los últimos dos años.

Finalmente, dejó su trabajo debido al constante temor, agotamiento y presión que experimentaba. La historia de Shardasia es cada vez más común. No sólo estamos compartiendo una crisis sanitaria masiva, también estamos experimentando un déficit de empatía.

Entender el déficit de empatía

Esta disminución de la empatía se denomina fatiga por compasión, un término que se atribuyó inicialmente a los profesionales encargados de prestar ayuda pero que ahora, tras dos años de pandemia, se ha convertido en un fenómeno generalizado. La psicoterapeuta Sarah Callender nos explica su punto de vista.

“La fatiga por compasión es esa quemadura lenta que se produce con el tiempo al asumir las emociones de otras personas”

– Sarah Callender, LCSW

Con el tiempo, ese lento ardor puede derivar en una dificultad para acceder a la compasión y al cuidado de las personas que sufren.

Es posible que al leer esto pienses: ¿Falta de empatía? Claro, he estado cansado y frustrado, afligido y con dolor, pero no me falta empatía. La dificultad para acceder a la empatía a menudo no presenta banderas rojas obvias. Por el contrario, presenta los mismos síntomas que pueden parecer tan mundanos como las secuelas de un día estresante.

Indicadores críticos

Los indicadores críticos de la fatiga por compasión incluyen:

  • Dificultad para dormir.
  • Irritación creciente por pequeños problemas que rara vez te molestaban en el pasado.
  • Dolores corporales aleatorios.
  • Disminución del deseo de estar al día sobre los acontecimientos actuales.

Por otra parte, las personas que experimentan fatiga por compasión pueden percibir la magnitud de las muertes que ocurren en nuestro mundo y la presión para seguir informados, lo que provoca un descontento general. Otros podrían llegar a ser inusualmente rígidos y controladores con tendencias irritables.

Si estas situaciones te resultan familiares, es posible que corras el riesgo de sufrir fatiga por compasión.

Según Callender, un desencadenante masivo de la fatiga por compasión es la exposición constante a un trauma en el que es difícil imaginar cómo podría terminar el sufrimiento. La exposición a un acontecimiento trágico genera un dolor y una pena que se extiende a cada uno de nosotros.

Nuestra pandemia actual es única porque pone de manifiesto múltiples puntos de dolor relacionados con la desigualdad. Interconectados con el COVID-19 están los determinantes sociales de la salud, como la raza y la clase social, que dan lugar a una mayor probabilidad de que los grupos oprimidos sucumban al virus.

Una vez más, no sólo nos enfrentamos a un virus, somos testigos de cómo el racismo sistémico ha dado forma a nuestro planeta, ampliando nuestra confusión compartida.

Reponer nuestros recursos

La empatía es un recurso finito. Es natural evitar todo lo que nos recuerde la agonía de nuestra sociedad como mecanismo de protección. Sin embargo, la fatiga por compasión no es un diagnóstico terminal. Con algo de educación y herramientas, podemos empezar a rellenar nuestro pozo de empatía.

“En términos de curación, hay que ser preventivo, sentar las bases para cuando las cosas vayan mal. Por ejemplo, desarrollar un plan de autocuidado regular y un plan de autocuidado de emergencia. Compártelo con otras personas, para que te responsabilices”, explica Callender. Crear esta base ayuda a establecer una sensación de seguridad y funciona como una forma de control saludable, señalando a la mente que la ayuda está aquí.

Cuando muchas cosas parecen no estar en nuestras manos, tener un plan autodeterminado proporciona consuelo.

Un plan de autocuidado está orientado al mantenimiento diario. Piensa en hacer una pausa para comer, salir a caminar antes del trabajo por la mañana, conectar con las personas que quieres y cuidar tu higiene del sueño. Escribe tu plan y guárdalo en algún lugar que puedas ver siempre en tu casa u oficina.

Plan de autocuidado de emergencia

Puedes crear un plan de autocuidado de emergencia, un concepto desarrollado inicialmente por la Dra. Elaine Rinfrette, LCSW-R. Este plan es algo a lo que recurrirás cuando experimentes una crisis.

Para empezar tu plan de autocuidado de emergencia, coge una tarjeta pequeña y un bolígrafo. Empieza por anotar los contactos de varias personas de confianza a las que puedas recurrir, las herramientas de afrontamiento que sabes que te ayudarán (la meditación, el ejercicio y la cocina son buenos ejemplos) y las afirmaciones positivas que puedes repetirte en todo momento.

  • Asegúrate de anotar los recordatorios de lo que no debes hacer: por ejemplo, si tienes una relación complicada con tu hermano, es posible que no quieras llamarlo en un día difícil.
  • Anota las herramientas de afrontamiento inadaptadas a las que sabes que no debes recurrir, como beber alcohol o aislarte.
  • Haz una foto de la tarjeta para poder consultarla en cualquier momento. Guarda la tarjeta física en tu bolso o cartera.
  • Establece un recordatorio para consultar tu plan de autocuidado de emergencia al menos una vez al mes para que lo tengas siempre presente.

Forma de vida holística

La Dra. Beth Hudnall Stamm, creadora de la Escala Profesional de Calidad de Vida, desarrolló un recurso de “tarjeta de bolsillo” centrado en el cuidado propio durante nuestra actual crisis de salud.

A pesar de que está orientado a personas que ejercen profesiones de ayuda, se puede decir que todos hacemos un trabajo difícil simplemente sobreviviendo, lo que hace que este recurso sea útil para todos. Incluso describe formas de proteger la empatía cambiando entre las formas de pensar “en el trabajo” y “fuera del trabajo”.

No esperes a usar esto hasta que estés en el trabajo. En su lugar, pruébalo cuando veas las noticias, cuando estés criando a tus hijos o cuando participes en una conversación difícil. Cada una de las circunstancias anteriores cuenta como una forma de trabajo y puede agotar las reservas de empatía. Si entrenas a tu mente para que se desconecte después de realizar un trabajo exigente, desarrollarás una mayor ventana de tolerancia a la información exigente.

Combatir la fatiga por compasión también requiere un cambio hacia una forma de vida holística.

“Ir a terapia, descansar, hacer pausas para jugar, encontrar la alegría y conectar con la naturaleza”

– Sarah Callender, LCSW

También hay estudios que respaldan estas sugerencias. Es sabido que la naturaleza mejora la función cognitiva, y el sueño es esencial para nuestra salud en general. Al nutrir la mente y el cuerpo, las reservas de empatía comienzan a llenarse lentamente.

Recuerda lo que puedes controlar

Con la pandemia y los disturbios civiles, tenemos que decidir dónde está nuestro control y luego trabajar para soltar el resto. Una sola persona no puede detener todas estas cosas, pero considera dónde puedes provocar un cambio positivo.

El voluntariado y la exploración de formas de participar en tu comunidad es otra forma de volver a entrar en contacto con una sensación de control.

Cuando nos alejamos de la desesperación de sentirnos impotentes y nos acercamos a la experiencia de generar un cambio positivo, empezamos a reponer nuestros recursos de empatía. Remediar la fatiga por compasión ayudando a otras personas puede parecer contra-intuitivo, pero es posible disminuir la fatiga y aumentar la empatía cuando se equilibra con formas restaurativas de autocuidado.

Sanar la fatiga por compasión es posible

“Pasar por la fatiga por compasión me hizo darme cuenta de que no puedo curar a todos. Tuve que aprender mis límites”

– Shardasia LeDay

Al aprender a conocer estos límites, LeDay se dio cuenta de que podía marcar la diferencia en su comunidad al tiempo que mantenía el equilibrio propio. Sin embargo, la curación no está exenta de cambios y, en el caso de LeDay, se produjo una importante transición profesional.

“Muchos de mis antiguos clientes tenían problemas de vivienda, y la falta de hogar es un gran problema en nuestra sociedad. Después de dejar mi trabajo, decidí aprender la logística del sector inmobiliario para poder ayudar a otros a conseguir una vivienda segura”, explicó. Aunque la transición no ha sido fácil, admite que ha aumentado su calidad de vida. “Tomé la decisión correcta para mi salud”, concluye.

Para finalizar Sarah Callender comparte que, “al bajar el ritmo, me reencontré con todas mis reservas de empatía. Empecé a programar tiempo para descansar, establecer límites firmes y pasar más tiempo en la naturaleza. Con el tiempo, reflexioné sobre los acontecimientos que vivieron mis mayores, preguntándome en qué sabiduría se apoyaban en los momentos de dificultad. La lucha puede estar lejos de terminar, pero estoy mejor armada con mi espíritu intacto. Te lo prometo; tu tambien lo estarás”.

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Autor: Psicología Online Avanzada

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